“Descalzas, arrastrando hojas, escuchando el viento, y sus decires, en procesión, una tras otra formando círculos, convocando a otres, llamándoles, queriéndoles, esperándoles sin ropa, arriba del fuego que muta en cada grito fuerte desde el abdomen, no queda aire y luego desmayo. Estaba hecho el primer paso irrefutable. Una pizca de esto y tres gotas de aquello. No se domina se despliega, saca sus alas, se encorva hacia delante, el alado extiende la mano de la suerte negra, que se posa sobre las piernas blancas de los seres oscuros, miran y comen hundiendo los dientes, chorreando los corazones, manchando los brazos, piden más y les dan sus ofrendas, y bailan, y ríen, y muerden, y siembran… en las indómitas palabras, los labios deslizaban, todo era nuevo y viejo al mismo tiempo dilatado, con las hierbas incineradas en sus manos, como amas de la vida, y el viento fuerte levanta telas, los pelos, los ánimos, todo se ha hecho un barullo, el todo pasa y corre tropezando con las piedras, las dimensiones infringidas de sus rostros se multiplican y ya son 10, 100, 1000 de ellas, todas alrededor, sus miradas apuntan al mismo sitio baldío que rodea sus casas, como la amenaza del vacío que acecha, presienten cada segundo tras otro, formando un canto en unísono, les paseantes en las veredas buscaban un origen y no lo hallaban escondidas entre la maleza, pegadas a la tierra, alimentándose del suelo rojo, cielo violeta, el aire tibio. Era la señal. Una oportunidad, de revertirlo, todo velo es rasgado, dejando sin telón las miradas fijas en el sol, que entra y rompe el tiempo para sanar los pies descalzos de todas las niñas que atraviesan el bosque de espinas.”